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INTRODUCCIÓN A LA PRÁCTICA DEL ZEN POR REITAI LEMORT

CONFERENCIA SOBRE LA PRÁCTICA DEL ZEN

Existen muchos libros, muchos escritos, muchos tratados sobre el Zen, se habla con mucha frecuencia de la filosofía Zen, pero lo importante en el Zen es lo que se vive. El Zen es para cualquier persona. Es un asunto de vida.

Ahora pregunto ¿ustedes cómo viven? No hago esta pregunta para enseñarles cómo tienen que vivir, no es ese el propósito, pero ¿cómo contestan a esta pregunta? “Bien”, “mal”, y ¿cuáles son los criterios? Habitualmente los criterios son siempre cosas exteriores. Piensan que viven bien cuando lo que esperan se realiza, cuando las circunstancias son favorables. Pero favorables ¿con respecto a qué? ¿Al condicionamiento que han recibido en relación con las cosas exteriores? Los criterios que adquirimos para evaluar nuestra vida, ¿nos vienen de qué? Nos vienen de la época en la cual nacimos, de la sociedad y de nuestra historia, de lo que hemos encontrado desde la infancia, siempre nos referimos a algo exterior a nosotros. En eso básicamente ponemos nuestra satisfacción o nuestra insatisfacción, pero esas son circunstancias, eso no es nuestra naturaleza original.

Quiero proponerles otros criterios para evaluar si viven bien o mal. ¿No les parece que fundamentalmente vivimos bien o mal según lo que pasa en nuestro cuerpo y en nuestra mente? Me parece que eso es lo esencial de lo que vivimos, el resto es algo añadido. Obviamente se puede pensar que cuando las circunstancias son favorables nos sentimos mejor porque estamos más tranquilos, porque sentimos que la vida fluye mejor, pero ¿por qué no interesarse realmente por el fondo, es decir, por nosotros mismos?

La propuesta del Zen es esa: interesarse en ustedes mismos, no dejarse llevar solamente por el condicionamiento que han recibido a lo largo de su vida, interesarse por lo que pasa en su cuerpo, en su mente y en su respiración. Pueden ver eso, lo pueden fácilmente descubrir en ustedes mismos, y relacionar de manera muy exacta lo que viven en el cuerpo y en la mente.

Veamos. ¿Cómo es su postura corporal? ¿Les parece que ahora su cuerpo está bien? ¿Es-tá su columna vertebral de manera que puedan tener una buena verticalidad, en la postura normal morfológica de las vértebras, es decir con una curvatura en la parte lumbar y todo el cuerpo reposando así vértebra sobre vértebra de manera correcta? Y en relación con la respiración, ¿cómo respiran? ¿Piensan que ahora tienen la posibilidad de tener una respiración amplia con suficiente oxígeno para desarrollar bien sus potencialidades cerebrales? o ¿su respiración está muy débil? Pueden mirar, es muy sencillo. Eso es interesarse por lo que nos pasa en el cuerpo.

La gran mayoría de nosotros no prestamos suficiente atención a nuestro cuerpo. Sólo cuando aparece la enfermedad nos damos cuenta de que hay un problema. Por ejemplo cuando lleguen a los 50 años, si adoptan una mala postura frente al computador, es muy probable que tengan unos dolores en la espalda y en la columna vertebral. Bueno, todo el mundo sabe eso, sin embargo, nadie se interesa realmente por lo que pasa de manera común y corriente en su cuerpo y tampoco en su mente. La mente ¿la manejan? Estamos convencidos de que manejamos nuestra mente; ¿“yo” pienso? o ¿la mente maneja todas las cosas que pasan y que nos llevan? reacciones, emociones, realmente ¿tienen la impresión de controlar su mente? ¿Quién controla qué? o ¿qué controla quién? Muy difícil de definir.

Entonces la propuesta del Zen no es para reflexionar sobre todo eso, es una propuesta para percibir directamente cómo vivimos, lo qué pasa en nuestro cuerpo y eventualmente lo qué pasa en nuestra mente. Es una propuesta muy sencilla: sentarse sobre un cojín, generalmente redondo, las piernas cruzadas en la postura de loto, la parte alta del cuerpo vertical, la cabeza también vertical y unos detalles más con respecto a las manos, los ojos, la lengua. No es una meditación con ojos cerrados, es decir en la cual uno se escapa de la realidad de los sentidos, los ojos permanecen abiertos, pero la mirada dirigida un poco hacia abajo y las manos se ponen preferiblemente sobre un apoyo para que los brazos y los hombros puedan descansar, el anverso de los dedos de la mano izquierda sobre la palma de la mano derecha, los pulgares en contacto por la extremidad, formando un óvalo. Uno permanece inmóvil y silencioso, para supuestamente tener disponibilidad de la mente para observar y percibir tranquilamente lo que pasa en el cuerpo, sentir cómo va la respiración, interesarse en uno mismo. Esta es una postura normal del cuerpo humano que cada uno debería poder tomar sin problema. Anatómicamente, dada la constitución de nuestras articulaciones y de las piernas, de las caderas, no debería haber ningún problema para poner las piernas en posición de loto; el tobillo trabaja en extensión, la rodilla trabaja en flexión, y las caderas están abiertas para que los muslos tengan una rotación hacia el exterior. Es una postura perfectamente normal para el cuerpo del ser humano y la postura de la parte alta es aún más “normal”, es decir, menos sorprendente en nuestra sociedad. Pero muy pocas personas pueden ponerse así en esta postura. ¿Por qué? Porque tienen cerraduras en el cuerpo. Si practican, van a tener dolores muy rápidamente y querrán soltar la postura. ¿Por qué? Puede ser por costumbre, pero no es solamente eso. No se asusten, si no pueden practicar esta postura, pueden intentarlo sobre una butaca, en la inmovilidad, en el silencio, como la postura del faraón sentado que han visto en las esculturas de Egipto: las piernas están prácticamente verticales, los pies bien apoyados sobre el suelo, las rodillas un poco alejadas, más o menos la misma distancia que existe entre los hombros, y las manos apoyadas con las palmas hacia abajo sobre los muslos cerca de las rodillas. El cuerpo puede normalmente descansar en esta postura. Inténtelo en su casa y verán. Quédense solamente 15 minutos así, a ver qué pasa. Se darán cuenta de que tienen muchas dificultades para poner el cuerpo en una postura natural, normal y tranquila. Van a sentir primero que no pueden sentir, es decir que la mente está siempre llevada. Lo que les va a pasar cuando paran la actividad, cuando se ponen así en una postura de inmovilidad, de silencio, es que muchas cosas vienen a la mente. Después de un momento es muy probable que van a tener necesidad de respirar más hondo porque no respirarán bien, van a tener necesidad de levantar los hombros para respirar un poquito mejor. Eso no es normal. ¿No les parece que la respiración tendría que ser libre sin tener que levantar los hombros? Si tienen un poco de capacidad de percepción de su cuerpo, van a sentir que tienen muchas tensiones en los hombros, en la nuca, y si ponen atención a lo que les pasa en los brazos, también sentirán mucha tensión. Eso es lo que aparece primero, pero si insisten un poco más, la espalda les va a doler.

No estoy ofreciendo una técnica de bienestar. Vamos a ver a dónde nos lleva eso. La práctica del Zen no es una cosa para sentirse mejor, es una cosa para primero sentirse peor porque uno descubre todas las dificultades que genera en su cuerpo y en su mente. Pero ¿cómo uno puede esperar realmente resolver un problema de vida si no hace primero un diagnóstico correcto?

Esta propuesta del Zen les puede permitir descubrir que tienen muchas tensiones, que generan muchos dolores y eso es muy difícil.Practica del Zen Hay dos posibilidades: o huyen, “no, eso no es para mí, es demasiado difícil”, o enfrentan la cosa, porque ¿quién genera eso, sino ustedes mismos? Y a mediano o a largo plazo, es obvio que eso tendrá malas consecuencias. Si no pueden poner el cuerpo en una postura abierta, es porque siempre viven con el cuerpo tensionado, cerrado, y con la mente también muy llevada. ¿Quieren vivir así o quieren tratar de resolver este problema? Escogencia de cada uno.

Si lo quieren enfrentar, después de un tiempo, es muy probable que su postura se mejore un poquito, que tengan la impresión de progresar. Entonces van a poder empezar a percibir otras cosas de ustedes mismos. Generalmente el proceso va “bajando”, es decir que descubrimos después lo que concierne al pecho, luego a la parte que está todavía arriba de la cintura pero debajo de las costillas, y en la espalda también. En esta segunda etapa de la práctica donde lo que sentimos se localiza generalmente en la parte de arriba de la cintura, empezamos a poder relacionar nuestras reacciones, emociones, nuestros sentimientos con lo que percibimos en el cuerpo. Obviamente, el plexo solar se percibe de manera muy fuerte tan pronto como crece nuestra sensibilidad al cuerpo, y también la espalda. ¿Quién percibe de manera común y corriente lo que le pasa en la espalda? Vivimos casi todos hacia delante, así nuestra espalda no existe. Eso sin hablar de lo que pasa en el vientre, pues siendo optimista, es algo inconsciente para 999 personas sobre 1.000.

El proceso de la práctica es descubrir, percibir, cada vez más. Si se repite esta práctica día tras día, en un encuentro cotidiano de atención a uno mismo, uno empieza a percibir un poco mejor lo que pasa en su vida, lo que pasa en su cuerpo, y empieza un proceso de cambio, aún si no es consciente. No hay forzosamente que pensarlo. Cuando percibimos, automáticamente eso genera una reacción; cuando, por ejemplo, hay una percepción de la insuficiencia de la respiración, cuando nos vemos llevados por los pensamientos, automáticamente volvemos a una postura más natural, más relajada, más abierta y respiramos mejor. Pasa lo mismo en el cuerpo, pues, cuando la espalda comienza a molestar tratamos de reubicarnos, de tomar una postura más adecuada. También en esta etapa, uno puede percibir, si pone atención, cómo le va con los órganos, y lo puede relacionar con lo que se ha comido, o bebido, o con el tipo de actividad que tuvo; si hubo mucho stress el hígado reacciona. Así se establece como un conocimiento de nosotros mismos, de nuestra manera de vivir y naturalmente intentamos manejarnos un poco mejor.

Bueno, esos son beneficios, si puedo decir, de la práctica.

Muchos libros sobre el Zen dicen que hay que tranquilizar la mente, que hay que usar unos métodos para tranquilizar la mente, eso es con frecuencia lo que se propone. Eso puede funcionar; si cuentan sobre las respiraciones, como aconsejan en muchas escuelas, su mente se va a tranquilizar, van a tener la impresión de algún alivio, está bien. Pero cuando se levantan y vuelven a la vida cotidiana pues no pueden seguir usando permanentemente el truco. Entonces ¿qué de su vida? Eso es solamente alivio de un momento que les puede hacer bien, pero que no va a resolver el problema de fondo de la manera de vivir del ser humano que somos. La propuesta fundamental de la práctica del Zen no es un ejercicio para sentirse un poquito mejor, para aliviarse un momento pero siguiendo en la misma manera tonta de vivir cada vez que nos levantamos del cojín. Esa no es una buena solución y, además, les voy a decir que es mejor usar otras técnicas de bienestar diferentes a la práctica del Zen. La práctica del Zen tiene otro propósito y este propósito aparece si se sigue en el proceso de conocimiento de uno mismo.

Sobre la mente, he dicho solamente que al principio pues van a darse cuenta que durante 10, 20, o 30 minutos están totalmente llevados. Supuestamente uno se sienta en la postura para ver lo que le pasa e inmediatamente la mente se va, se pierde completamente la atención en uno mismo. Después, relacionamos más el estado del cuerpo con el estado de la mente, realmente vemos que son dos reflejos de la misma cosa, del mismo estado del ser, y si queremos mirar la respiración, eso nos enseña mucho también sobre nuestra manera de vivir y de ser. Yo creo que cada uno puede intuir por lo menos que si no respira profundamente ¿qué vive? cosas muy superficiales. Entonces mente llevada, no controlada, cuerpo cerrado ¿qué vivimos? ¿Cómo se puede pensar vivir plenamente con un cuerpo cerrado que no podemos abrir? Somos en este caso muy limitados.

Si seguimos en la práctica empezamos a tocar cosas más profundas. Después de desesperarse un poco por no poder controlar las reacciones, las emociones, empezamos a percibir que en la pelvis, en las caderas estamos también cerrados y empezamos a poder relacionar eso con cualquier intención que tenemos, con la actitud de la mente de coger siempre presa sobre un objeto, cualquiera que sea. Descubrimos que realmente no podemos impedirnos tener una intención, o tener una presa sobre algo, que en todo caso siempre la mente está cogiendo algo. A partir de este momento es más difícil explicar, tiene que ser algo vivido. Descubrimos que mientras estemos siendo un “yo”, no podemos evitar tener este tipo de presa del sujeto sobre un objeto, no podemos evitar evaluar, que siempre vivimos entre lo bueno y lo malo, y que si tratamos de controlarlo, descubrimos que nuestra propia intención de controlarlo nos genera más tensiones y más cerraduras en el cuerpo. Percibimos la incapacidad de abrirnos si tenemos una intención. Así que como el “yo” no puede impedirse tener una intención, el “yo” nunca puede estar sin cerradura en el cuerpo y con una mente disponible. Se llega a esta conclusión a través de la práctica, no por la reflexión. De lo contrario no sería necesario practicar, no sería necesario hacer la experiencia, sería suficiente con sólo pensar, analizar. Pero así no es.

Llegamos al punto esencial de las grandes tradiciones de la humanidad: el descubrimiento de que el “yo” nos daña la vida y después, que no tiene existencia si no lo fabricamos. Cada uno tiene como una evidencia ser “yo”, un ente estable, permanente, que siempre espera lograr en algún momento la felicidad. Aún si no es totalmente conciente, está siempre tratando de mejorar, de lograr en un futuro poder descansar, y descubrimos que así no es. Lo bueno y lo malo en la vida del “yo” son inseparables, la felicidad y la desgracia son inseparables, realmente no podemos esperar un milagro. El sufrimiento es inherente a la condición del “yo”, se genera al mismo tiempo, es una consecuencia de la aparición del “yo”. Todo el mundo sabe que el “yo” aparece en los años de infancia. Todas las tradiciones de la humanidad conducen al abandono del “yo”. En la mística cristiana San Juan de la Cruz, el Maestro Eckhart, plantean abandonar el yo con toda su identidad, todas sus características, para realizar su naturaleza profunda, para abrirse a su realidad profunda. El pecado original según la mística cristiana es la alienación de la conciencia con respecto al estado de indiferenciación original. Volver a esta indiferenciación original puede parecer algo como una pérdida del ser humano. Pero todos los místicos han dicho que al contrario, es una apertura hacia una vida más plena, y no son los únicos. ¿La iluminación budista qué es? volver a la naturaleza profunda donde todavía no hay separación entre el yo y el exterior, y esta separación ¿cómo se manifiesta en el cuerpo? por una cerradura. Para separar hay que poner límites, hay que encerrar algo. Eso es lo que impide a cada uno ponerse libremente en la postura propuesta. Si miran lo que pasa en otras tradiciones de la humanidad es lo mismo. Un Sufi, por ejemplo, habla de la pérdida del “yo”, de que «el “yo” se vuelve cenizas, y ni siquiera cenizas». Así fue el encuentro con su naturaleza profunda de los seres humanos que tuvieron mucha exigencia con su vida. Los cristianos tienen una posición metafísica a partir de la cual necesitan encontrar a Dios. No basta con pensar “Dios existe”, pensar no es suficiente, el pensamiento es un pequeño fenómeno al exterior del ser. El ser humano común y corriente vive centrado en eso, en sus producciones mentales, en sus fabricaciones mentales y el “yo” mismo es una fabricación mental. El punto fundamental de la enseñanza de los maestros Zen es librarse de esta representación errónea del mundo centrada en un “yo”.

Rodolfo Llinás, un científico colombiano que trabaja como neurobiólogo en EEUU, escribió un libro sobre lo que él piensa del yo a partir de sus experiencias sobre las neuronas y el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso humanos, y también a partir de las otras experiencias que se realizaron en este campo. El título de este libro en español es “El cerebro y el mito del yo”. Me parece muy claro, “el mito del yo”. Este libro no tiene nada que ver con cualquier tradición religiosa o de tipo meditativo como el Zen. Él llega a la conclusión de que el yo es solamente una hipótesis de la adaptación del sistema nervioso y del cerebro humano para responder a circunstancias en las cuales se encuentra la forma humana. Es una adaptación global del ser humano a todo lo que lo rodea. Es muy interesante, a mi juicio, porque esta mirada objetiva coincide exactamente con lo que han dicho los místicos y los maestros Zen, que han realizado eso subjetivamente. Entonces el ser humano común y corriente vive desde la formación de su yo hasta su muerte hundido en este mito, vive todo a partir de eso y es lo que lo encierra y lo limita.

Eso es realmente el propósito de la práctica del Zen, descubrir interiormente que el yo no tiene realidad, vivirlo, porque saberlo no es suficiente para encontrar la Vía.

Si están interesados, bienvenidos a la práctica del Zen. No es nada fácil, al contrario, encontrarse con uno mismo, con su cerradura y sus limitaciones es algo muy difícil, pero se puede. Según las grandes tradiciones de la humanidad, es la única manera en la cual el hombre se libera del sufrimiento. No es que se libera del dolor, pero no queda nadie para sufrir.

Es muy difícil para la mente del yo, para la conciencia del yo, ubicarse en la posibilidad de que el yo no existe. Se habla de la espontaneidad en las artes marciales, en el Zen, y las personas que oyen eso quieren volverse espontáneas. Pero no pueden. La espontaneidad aparece cuando todo sale sin que haya alguien para evaluar y controlar, cuando se abandona el yo y que todo juega naturalmente. Pero eso no es el sueño del ser humano ni del yo; el yo quiere controlar, quiere manejar. Perder el yo no es cosa fácil.

Tal vez la mística cristiana del despojamiento es lo que podemos captar más fácilmente porque estamos impregnados con este concepto de la realidad del todo. Entendemos mejor la expresión de los místicos cristianos que la de los maestros Zen chinos de la época clásica del Zen, que se ubica entre los siglos VI y X. ¿Qué dijo San Pablo? “Cristo nace en uno mismo”, y no queda uno mismo porque si no Cristo no puede nacer. Es decir, que Cristo actúa, pero uno no está más, entonces no hay nada que controlar.

Ahora, la vida en las formas, en los fenómenos de la vida que todos conocemos a través de nuestros sentidos, existe. Pueden aparecer la tristeza, la alegría, todas estas cosas, pero no serán más que unas producciones mentales del momento, y tan pronto como han salido, se apagan. ¿Qué pasa con cada uno de nosotros, siendo un “yo”? Es que reencarnamos. La reencarnación no es volverse una mariposa después de la muerte. La reencarnación es reencarnar nuestros sentimientos, nuestras reacciones, nuestras fabricaciones mentales de momento en momento. Es así que nos damos consistencia a nosotros mismos como un “yo”. Nuestra mente no puede recibir, no puede captar, porque está siempre cerrada sobre un obje-to, atrapada en algo y no está disponible. Por el contrario si el yo no está, la mente no queda atrapada y sale una reacción a lo que ocurre. Esa es la verdadera espontaneidad. Lo que propongo no es conceptual. Es actuar para ver lo que somos en nuestra posición de “yo”. Pero en un cierto momento la práctica nos conduce a enfrentarnos contra un muro que no podemos pasar, cuando descubrimos que nuestra intención para tratar de tener un cuerpo normal, sin tensiones, sin cerraduras, para tratar de tener una mente libre, disponible, inevitablemente nos traba. Aún si no queremos aceptarlo conceptualmente, lo vivimos a través del cuerpo, y esa es la ventaja de la práctica del Zen. Llegamos a tratar de realizar algo sin tener intención. Entonces es un conflicto total, la única solución que nos queda es realmente borrarnos. Pero el yo mismo no puede hacerlo, la conciencia habitual no lo puede realizar. Es algo que se encuentra fuera del juego de la mente. La mente es un fenómeno que se establece sobre algo más profundo, y es este algo más profundo de la vida que tenemos que dejar aparecer dejando toda la actividad que se ubica encima y lo esconde.